¿SERÁ DESIGUAL EL FUTURO DE LA SALUD DIGITAL?
Por Patricia Jara
Laura y Carlos tienen la misma enfermedad. Tras acudir a una consulta en su centro de salud, les comunican que recibirán los resultados de sus exámenes médicos por correo electrónico en 48 horas, además de un código QR por WhatsApp para que puedan obtener información personalizada y actualizada sobre su tratamiento. También les recuerdan que su historia clínica, incluyendo la receta e indicaciones, estará disponible en la página web del centro, a la que pueden acceder con el nombre de usuario y contraseña temporal que se les ha entregado al final de la consulta (y que también encontrarán en el primer correo electrónico con los resultados de los exámenes). Laura, que tiene 38 años, está encantada; Carlos, con 74, está angustiado.
Los pros de la salud digital
Este tipo de herramientas digitales tienen el potencial de mejorar la comunicación e interacción entre los equipos clínicos y los pacientes y, sobre todo, la calidad de la atención de la salud. Algunas aplicaciones y tecnologías de la salud, por ejemplo, empoderan a los pacientes para manejar mejor sus enfermedades, como la diabetes. Además, pueden ayudar a mejorar los diagnósticos y contribuir a un mejor seguimiento y tratamiento médico al disponer información vital sobre el historial de cada paciente al alcance de la mano. Una ventaja importantísima que podría resultar de la implementación de la salud digital es el acceso al cuidado y atención de alta calidad para pacientes en zonas rurales o aisladas. Brasil y Honduras son solo un par de ejemplos que están experimentando con este tipo de soluciones innovadoras para intentar llegar a zonas de difícil acceso.
Y es precisamente sobre este punto donde surgen nuevos retos para que la salud digital pueda convertirse realmente en una solución, en vez de aumentar la desigualdad.
La brecha digital es geográfica, económica y generacional
Las nuevas tecnologías repiten viejas desigualdades que afectan a los más vulnerables en distintas condiciones. Mientras en algunas partes del mundo y para ciertas poblaciones el uso de las tecnologías de la información y de la comunicación es prácticamente universal, existen grandes brechas de uso entre países y dentro de un solo país, dependiendo de factores como localización geográfica de los hogares, nivel de ingresos y edad.
Las desigualdades generacionales, por ejemplo, se presentan en todos los niveles y en todos los países, independientemente de su grado de desarrollo. En Estados Unidos, el 98% de los jóvenes entre 18 y 29 años es usuario de internet, mientras que entre los mayores de 65 años ese porcentaje se reduce al 66%. En el Reino Unido, de casi el 90% de la población que declara haber usado la red durante los últimos tres meses, el 40% son mayores de 75 años, cifra que disminuye a 29,8% si residen en Irlanda del Norte. Y en España, solamente se conectó al internet el 43,7% de los adultos entre 65 y 75 años en 2017.
Por su parte, América Latina y el Caribe todavía está muy lejos del nivel alcanzado por los países de la OCDE en cuanto al avance de las redes de información. Mientras en los países desarrollados la conexión a la banda ancha móvil pasó del 73,2% en 2010 al 85% en 2015, en la región el aumento fue de 7% a 58% en ese mismo periodo de tiempo. Aunque hay que reconocer que ha habido avances importantes para disminuirla, la brecha persiste, y también los retos. Por ejemplo, la penetración de internet en los hogares no crece al mismo ritmo: solo en Argentina, Panamá, Paraguay, Costa Rica, Uruguay y Chile supera el 45%. En este último país, que presenta una de las mayores tasas de envejecimiento de este lado del mundo, únicamente el 22,7% de los mayores de 60 años usa internet, y aún menos si pertenecen a sectores más pobres.
No dejar atrás a la otra mitad de la población
El desarrollo del internet de las cosas y la inteligencia artificial ya está dejando su huella en la gestión y provisión de los servicios de salud. Además, se ha extendido el uso de la banda ancha y ha disminuido su costo, facilitando la conexión entre usuarios. Según la Comisión de Banda Ancha para el Desarrollo Sostenible de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), 2018 sería el año en que el teléfono móvil alcanzaría al 92% del planeta, convirtiendo a la banda ancha móvil en la tecnología que más velozmente ha crecido en la historia.
Potencialmente, la salud digital puede reducir costos, alcanzar a las poblaciones que de otra manera no tendrían acceso a salud y aún contribuir a una mejor calidad de la atención, acelerando el progreso hacia la cobertura universal, sobre todo en materia de enfermedades no transmisibles en los países de ingresos medios y bajos. Pero esto solo se logrará en la medida en que se pueda cerrar la brecha entre los servicios digitales y quienes reciben la atención y beneficios médicos que ellos proveen.
Si las estimaciones son correctas, hacia fines de 2019 la mitad de la población— unos 3.800 millones de personas —aún no tendrá conexión a internet. Esto significa que es necesario derribar las barreras que impiden que los pacientes, como los adultos mayores, puedan aprovechar al máximo las tecnologías que pretenden mejorar su salud. Será necesario cada vez más fortalecer las habilidades tecnológicas de la población a través de entrenamiento y apoyo, y moldear su actitud hacia la tecnología. Y para ello, el rol del médico seguirá siendo vital. Ya que ninguna tecnología puede reemplazar la interacción médico-paciente, serán los profesionales de la salud los encargados de apoyar a los pacientes en el uso de estas herramientas y de asegurar su acceso en los lugares más remotos.
¿Cómo es la brecha digital de salud en tu país? Cuéntanos en los comentarios o menciona a @BIDgente en Twitter.
Patricia Jara es especialista líder de la División de Protección Social y Salud del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
No hay comentarios:
Publicar un comentario