Cuando tenía seis años, recibí regalos. Mi maestra de primer grado tuvo una idea brillante. Quería que recibiéramos regalos pero también que aprendiéramos a felicitarnos mutuamente. Por lo tanto, nos pidió a todos acercarnos delante de la clase para ver los regalos que nos compró y dejó en un rincón, y nos dijo que permaneciéramos allí de pie para felicitarnos unos a otros y al oír nuestro nombre que recogiéramos el regalo y nos fuéramos a sentar. Qué idea maravillosa, ¿verdad? ¿Qué podría salir mal?
Bueno, para empezar, éramos 40 alumnos y cada vez que escuché un nombre aplaudí y saludé con entusiasmo, hasta que quedaron 20, luego 10, 5 y 3. Y yo era uno de los últimos tres. Y nadie aplaudió. Bueno, para entonces, yo ya estaba llorando. Y la maestra se puso nerviosa. Dijo: "¿Puede alguno decir algo bonito sobre estas personas?"
Pero no sé quién se sintió peor aquel día, si la maestra o yo. Debió haberse dado cuenta de que transformó una actividad colaborativa en una burla pública sufrida por tres niños de seis años que no les hizo ninguna gracia. Cuando vemos gente ridiculizada por la tele, es gracioso. Pero ese día no fue divertido en absoluto.
Es así como me recibieron, y haría cualquier cosa para evitar estar de nuevo en una situación similar y ser rechazado en público otra vez. Esa es una manera de que me perciban. Ocho años más tarde: Bill Gates visitó mi ciudad, Beijing, China, para dar una conferencia, y entendí su mensaje. Me enamoré de ese tipo. Pensé, "Guau, ahora sé lo que quiero hacer". Ese noche escribí una carta a mi familia diciéndoles: "Antes de cumplir los 25, construiré la empresa más grande del mundo, y esta empresa comprará Microsoft".
Pensé que era el comienzo de mi viaje empresarial. Avancemos 14 años más, cuando tenía 30 años. No, no creé aún esa compañía. Ni siquiera comencé. De hecho, fui gerente comercial en una de las empresas de la lista Fortune 500. Me sentí varado y estancado. ¿Por qué? ¿Dónde estaba el adolescente que escribió esa carta? No es que no lo intenté, sino porque cada vez tenía una idea nueva, que quería probar algo nuevo, -- incluso en el trabajo -- cuando quería proponer algo o hablar delante de un grupo de personas, sentía que había una batalla constante entre el adolescente de 14 años y el chico de 6 años, entre uno que quería conquistar el mundo, marcar la diferencia, y el otro que tenía miedo al rechazo. Y cada vez, el niño ganaba.
Y este miedo persistió aún hasta después de crear mi propia empresa. Creé mi primera empresa después de cumplir los 30 años;si quieres ser Bill Gates, hay que empezar tarde o temprano, ¿no? Cuando me convertí en un hombre de negocios, tuve la oportunidad de invertir pero luego me la anularon y el rechazo me hizo daño. Me afectó tanto que en aquel mismo instante quise renunciar a todo. Pero luego pensé si Bill Gates se dio por vencido después de un simple rechazo o si cualquier empresario exitoso se rendiría de esta manera. Ni hablar. Fue entonces cuando entendí que puedo crear una empresa mejor, un equipo o un producto mejor pero una cosa es cierta: que tengo que ser un mejor líder, una persona mejor, que ya no puedo dejar a un niño de 6 años controlar mi vida, y que tengo que ponerle en su sitio.
Pedir USD 100 de préstamo a un extraño. (Risas) Aquí es donde acudí a donde trabajaba, bajé a otra planta y vi a este tipo grande sentado detrás de un escritorio; parecía un guardia de seguridad. Así que me acerqué. Me acerqué caminando -- fue el paseo más largo de mi vida -- tenía la piel de gallina, estaba sudando, con el corazón a punto de saltarme del pecho, llegué y le dije: "Señor, ¿puede prestarme USD 100?"
Pero luego me fijé en ese tipo. Saben, no era tan amenazante. Era más bien un tipo regordete y simpático que incluso me preguntó: "¿Por qué?" De hecho, me invitó a que me explicase. Pude haber dicho muchas cosas, o explicado o negociado, pero no hice nada de eso. Todo lo que hice fue huir. Vi un mini resumen de mi vida. Cada vez que sentía el más leve rechazo, huía a más no poder. ¿Y saben qué? Decidí que al día siguiente, no iba a huir fuera lo que fuese. Me comprometí.
El tercer día: que me regalen rosquillas olímpicas. Fue cuando mi vida se puso de cabeza. (Risas) Fui a una "Krispy Kreme", una tienda que venden rosquillas principalmente en la región sureste de EE.UU. Tiene que haber alguna por aquí, también. Entré y dije:"¿Pueden hacer rosquillas en forma de anillos olímpicos? Solo tiene que conectar cinco rosquillas". (Risas) No había manera de que estén de acuerdo, ¿verdad? ¡El encargado me tomó tan en serio!
Tomó un trozo de papel, comenzó a añadir los colores en las rosquillas preguntándose: "¿Cómo puedo hacer eso?" Y 15 minutos más tarde, apareció con una caja de donuts que se parecían a los anillos olímpicos. Estaba muy conmovido, no lo podía creer. Y el vídeo tiene más de cinco millones de visitas en YouTube. El mundo tampoco se lo podía creer.
Debido a esto, salí en los periódicos, en programas de TV, en todas partes. Y me hice famoso. Mucha gente comenzó a enviarme correos, diciéndome: "Es fantástico lo que estás haciendo". Pero la fama y la notoriedad no significaban nada para mí. Realmente quería aprender y cambiar quien era yo. Así que cambié el resto de los 100 días de rechazo en esta acción, en este proyecto de investigación. Quería ver qué podía aprender.
Y él dijo: "No". Pero antes de marcharme, le pregunté: "¿Puedo preguntar por qué?" Y él dijo: "Bueno, tengo un perro que desentierra todo lo que planto y no quiero desperdiciar tu flor. Si sigues queriendo hacerlo, ve al otro lado de la calle y habla con Connie. Le encantan las flores". (Risas) Y es lo que hice: fui allí y llamé a la puerta de Connie. Y ella estuvo muy feliz de verme.
Pero si me hubiera ido después del primer rechazo hubiera pensado: "Bueno, fue porque el hombre no confiaba en mí, porque estaba loco, o por que no estaba bien vestido, tenía mal aspecto". No era por nada de eso. Era porque lo que ofrecía no se ajustaba a lo que él quería. Pero confió bastante como para remitirme, por usar un término comercial. E hice una inversión.
(Risas) De hecho, no creo que esto sea una buena idea. (Risas) De hecho, estoy seguro que es muy mala idea. Y dijo: "Ah", -- sí, este es él, se llama Eric -- Me dijo: "No sé". Esta fue su reacción: "No sé". Y yo le pregunté: "¿Es extraño?" Y él: "Sí, es muy raro".(Risas) Pero tan pronto como lo dijo, su actitud cambió. Era como si dejara todos sus miedos a un lado y me dijo: "Bueno, bien, puedes hacerlo, solo no te vuelvas demasiado extraño".
(Risas) Pero descubrí que podía hacerlo porque le pregunté si era raro. Planteé la misma duda que él tenía. Y preguntar si era algo extraño, indicó que yo no era un bicho raro, que estaba pensando exactamente igual que él, que veíamos la situación como algo extraño. Y aprendí una y otra vez que si menciono las dudas que la gente puede tener, antes de hacer la pregunta, gano su confianza y es más probable que me digan "sí".
Pero yo quería ser empresario, así que no me hice maestro, no obstante siempre soñé con enseñar algo. Pensé, "¿Y si solo pregunto si puedo dar una clase en la universidad?" Vivía en Austin, así que fui a la Universidad de Texas, en Austin, llamé a la puerta de los profesores preguntando: "¿Puedo dar su clase?" No tuve resultados positivos en los primeros intentos. Pero como no salí corriendo, seguí intentándolo, en el tercer intento, el profesor se quedó impresionado. Me dijo: "Nadie ha hecho esto antes".Vine preparado, con diapositivas y mi plan de lección. Me dijo: "Guau, puedo usar esto. ¿Por qué no vuelves en dos meses? Puedo encajarte en mi programa". Y dos meses más tarde, estaba dando una clase.
Y en la foto que no se veía bien cité a Martin Luther King Jr. ¿Por qué? Porque en mi investigación, descubrí que los que realmente cambian el mundo, que cambian la forma de vivir y pensar, son esas personas que previamente se enfrentaron a rechazos, a menudo incluso violentos. La gente como Martin Luther King, Jr., como Mahatma Gandhi, Nelson Mandela, o incluso Jesucristo.Estas personas no han permitido que el rechazo les definiera, sino que dejaron que su propia respuesta al rechazo lo haga. Y aceptaron el rechazo.
No hace falta ser estas personas para aprender sobre el rechazo. En mi caso, el rechazo fue mi maldición, el hombre del saco. Me molestó toda la vida porque yo estaba huyendo de él. Luego empecé a aceptarlo. Y empecé a verlo como el mejor regalo de mi vida. Empecé a enseñar a la gente a convertir rechazos en oportunidades. Uso mi blog, mis conferencias, el libro que acabo de publicar, y estoy desarrollando tecnología que ayuda a vencer el miedo al rechazo.
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