En anteriores entradas he reflexionado sobre el momento de esplendor y optimismo que vive América Latina y he insistido en esos análisis en la necesidad de que se trabaje en la transformación de su estructura productiva para que indicadores de crecimiento que pueden ser meramente coyunturales y fácilmente reversibles se conviertan en catalizadores de un crecimiento regional sólido y sostenible.
La reiterada voluntad de colocar a Latinoamérica en una posición de mayor protagonismo económico, político y comercial a nivel mundial que ha sido expresada y defendida por varios líderes de la región sólo podría materializarse a través de una apuesta decidida por impulsar una economía basada en el conocimiento que consolide la competitividad de sus productos y servicios.
Esto supondría una mudanza radical en las estrategias y modelos de desarrollo económico y social que ha seguido hasta este momento la región y en esa transformación estructural el papel de las universidades deberá ser de primerísimo orden, no sólo como proveedoras insustituibles de conocimiento y tecnología capaces de ofrecer soluciones innovadoras para los disimiles problemas del sector productivo, sino también como las principales responsables por la configuración y puesta en marcha de programas adecuados de formación y capacitación profesional que respondan a las necesidades específicas de un sector empresarial y productivo que a priori carece mayoritariamente de capacidad tecnológica para desarrollar actividades de elevado valor innovador y por ende, presenta grandes limitaciones para asumir los retos de una economía del conocimiento.
No obstante, el tránsito a un nuevo modelo no solo encontrará grandes barreras en el sector empresarial sino también en el entorno universitario. Una radiografía de los ecosistemas nacionales de innovación arroja, en mayor o menor grado, grandes lagunas en los sistemas de educación superior de la gran mayoría de los países de la región, poniéndose de relieve las debilidades de la investigación universitaria latinoamericana ya que la calidad, capacidad científica, pertinencia y potencial investigativo del sistema universitario de América Latina, al margen de sus indiscutibles logros y mejorías durante los últimos años, continúan resultando insuficientes para hacer frente a las necesidades de crecimiento económico y desarrollo social de una región con pretensiones de mayor protagonismo global.
Para justificar esta afirmación me gustaría compartir el siguiente gráfico que he construido a partir de los datos del informe 2011-2012 sobre competitividad publicado por el Foro Económico Mundial. Para ello tomé once de los indicadores que a mi criterio mejor reflejan la incidencia de los sistemas de educación superior en los ecosistemas de innovación y de los que podríamos sustraer algunas valoraciones que, al margen de cualquier relativismo o subjetividad de los datos, se revelan interesantes.
La reiterada voluntad de colocar a Latinoamérica en una posición de mayor protagonismo económico, político y comercial a nivel mundial que ha sido expresada y defendida por varios líderes de la región sólo podría materializarse a través de una apuesta decidida por impulsar una economía basada en el conocimiento que consolide la competitividad de sus productos y servicios.
Esto supondría una mudanza radical en las estrategias y modelos de desarrollo económico y social que ha seguido hasta este momento la región y en esa transformación estructural el papel de las universidades deberá ser de primerísimo orden, no sólo como proveedoras insustituibles de conocimiento y tecnología capaces de ofrecer soluciones innovadoras para los disimiles problemas del sector productivo, sino también como las principales responsables por la configuración y puesta en marcha de programas adecuados de formación y capacitación profesional que respondan a las necesidades específicas de un sector empresarial y productivo que a priori carece mayoritariamente de capacidad tecnológica para desarrollar actividades de elevado valor innovador y por ende, presenta grandes limitaciones para asumir los retos de una economía del conocimiento.
No obstante, el tránsito a un nuevo modelo no solo encontrará grandes barreras en el sector empresarial sino también en el entorno universitario. Una radiografía de los ecosistemas nacionales de innovación arroja, en mayor o menor grado, grandes lagunas en los sistemas de educación superior de la gran mayoría de los países de la región, poniéndose de relieve las debilidades de la investigación universitaria latinoamericana ya que la calidad, capacidad científica, pertinencia y potencial investigativo del sistema universitario de América Latina, al margen de sus indiscutibles logros y mejorías durante los últimos años, continúan resultando insuficientes para hacer frente a las necesidades de crecimiento económico y desarrollo social de una región con pretensiones de mayor protagonismo global.
Para justificar esta afirmación me gustaría compartir el siguiente gráfico que he construido a partir de los datos del informe 2011-2012 sobre competitividad publicado por el Foro Económico Mundial. Para ello tomé once de los indicadores que a mi criterio mejor reflejan la incidencia de los sistemas de educación superior en los ecosistemas de innovación y de los que podríamos sustraer algunas valoraciones que, al margen de cualquier relativismo o subjetividad de los datos, se revelan interesantes.
§ Solamente siete de los países de América Latina presentan un valor superior al valor promedio para el conjunto de los once criterios (43,8). Los mejores resultados son obtenidos por Costa Rica (49,6), Chile (47,7) y Brasil (47,0) que exhiben valores totales semejantes a los de países emergentes como China y la India o al de economías desarrolladas de menor poderío como España, aunque bastante retrasados en comparación con las principales potencias industrializadas.
§ En prácticamente todos los indicadores el valor promedio de la región es inferior al valor medio del indicador global, siendo notable la insuficiencia en algunos indicadores clave como son la calidad de los sistemas de educación (-0,8), la disponibilidad de científicos e ingenieros (-0,5) y la calidad de las instituciones de investigación científica (-0,4) que apuntan como los indicadores con una situación más crítica y deficitaria de los once considerados.
§ La calidad de los sistemas educativos se erige como una insuficiencia generalizada ya que solamente Costa Rica (4,8) exhibe un valor superior a la media del indicador global (3,8).
§ La disponibilidad de científicos e ingenieros muestra también grandes fragilidades al ser inferior a la media del indicador global (4,1) en todos los países de la región excepto Chile (4,7) y Costa Rica (4,6).
§ En capacidad de innovación sólo obtienen valores superiores a la media global (3,2): Brasil (3,8) y Costa Rica (3,4) mientras que en el análisis de la calidad de las instituciones de investigación científica sólo Costa Rica (4,6), Argentina (4,2), Brasil (4,1), Chile (4,0) y México (4,0) superan la media global (3,7).
§ La colaboración universidad-empresa en I+D+i muestra los mejores resultados en Costa Rica (4,3), Brasil (4,2), Chile (4,1), Colombia (4,1) y México (4,0) mientras que los gastos del sector empresarial en I+D+i sólo superan la media del criterio en Brasil (3,8) y Costa Rica (3,6).
§ Un grupo de seis países integrado por Paraguay, Nicaragua, Venezuela, Bolivia, El Salvador y Ecuador muestran resultados por debajo de las medias globales en todos los indicadores considerados.
Un panorama no menos alentador se constata al consultar datos sobre el número de publicaciones científicas o el número de patentes registradas, ámbitos en los que América Latina marcha bastante rezagada a nivel internacional como se muestra en el siguiente gráfico.
Por tanto, partiendo de un escenario como este, resulta imperiosa la reorganización de los sistemas nacionales de educación superior para que las universidades latinoamericanas estén en condiciones de ejercer su misión como principales agentes catalizadores de un modelo sostenible de desarrollo regional basado en el conocimiento.
Sin embargo, este proceso se antoja extremamente complejo, especialmente por la enorme heterogeneidad existente en el espectro universitario de América Latina. Por eso, aunque son muchas las iniciativas que se podrían implementar me atrevo a formular una propuesta que en una fase inicial podría ayudar a instaurar nuevos paradigmas y a dinamizar los cambios necesarios en los procesos universitarios relacionados con los ecosistemas de innovación.
Vertebrar una red de centros de excelencia en I+D+i a escala regional
Si aceptamos como válida la tesis de que la creación de un ecosistema favorable al fomento de la innovación pasa inexorablemente por una educación e investigación de vanguardia, resultaría entonces impostergable aprovechar este período de bonanza para demandar a los gobiernos latinoamericanos un compromiso mayor con las instituciones públicas de educación superior que les posibilite robustecer la capacidad técnica de sus recursos humanos, disponer de mejores infraestructuras y contar con los fondos necesarios para promover iniciativas que tributen a la consolidación de sus capacidades institucionales.
Creo sinceramente que los gobiernos latinoamericanos deberían apostar, tanto en el ámbito nacional como en la concertación de sus estrategias en las asociaciones regionales, por vertebrar un conjunto de instituciones que se conviertan en banderas del potencial académico, científico y tecnológico latinoamericano. No sería descabellado, por tanto, que en el marco de la CELAC, por mencionar a la entidad que aglutina a todos los países del área, se pudiese pactar una especie de alianza para el desarrollo de la investigación científica latinoamericana a través de la cual puedan canalizarse fondos para impulsar acciones integracionistas en materia de ciencia y tecnología.
No se trataría ni remotamente de estimular la creación de instituciones de élite como las que describe Jamil Salmi en su libro “El desafío de crear universidades de rango mundial” aunque reconozco que estratégicamente las instituciones de una posible red de excelencia deberían trabajar por capitalizar, al menos a nivel continental, muchos de los atributos de las universidades de rango mundial y que reformulo en los siguientes resultados:
Sin embargo, este proceso se antoja extremamente complejo, especialmente por la enorme heterogeneidad existente en el espectro universitario de América Latina. Por eso, aunque son muchas las iniciativas que se podrían implementar me atrevo a formular una propuesta que en una fase inicial podría ayudar a instaurar nuevos paradigmas y a dinamizar los cambios necesarios en los procesos universitarios relacionados con los ecosistemas de innovación.
Vertebrar una red de centros de excelencia en I+D+i a escala regional
Si aceptamos como válida la tesis de que la creación de un ecosistema favorable al fomento de la innovación pasa inexorablemente por una educación e investigación de vanguardia, resultaría entonces impostergable aprovechar este período de bonanza para demandar a los gobiernos latinoamericanos un compromiso mayor con las instituciones públicas de educación superior que les posibilite robustecer la capacidad técnica de sus recursos humanos, disponer de mejores infraestructuras y contar con los fondos necesarios para promover iniciativas que tributen a la consolidación de sus capacidades institucionales.
Creo sinceramente que los gobiernos latinoamericanos deberían apostar, tanto en el ámbito nacional como en la concertación de sus estrategias en las asociaciones regionales, por vertebrar un conjunto de instituciones que se conviertan en banderas del potencial académico, científico y tecnológico latinoamericano. No sería descabellado, por tanto, que en el marco de la CELAC, por mencionar a la entidad que aglutina a todos los países del área, se pudiese pactar una especie de alianza para el desarrollo de la investigación científica latinoamericana a través de la cual puedan canalizarse fondos para impulsar acciones integracionistas en materia de ciencia y tecnología.
No se trataría ni remotamente de estimular la creación de instituciones de élite como las que describe Jamil Salmi en su libro “El desafío de crear universidades de rango mundial” aunque reconozco que estratégicamente las instituciones de una posible red de excelencia deberían trabajar por capitalizar, al menos a nivel continental, muchos de los atributos de las universidades de rango mundial y que reformulo en los siguientes resultados:
§ Instituciones con una elevada reputación internacional por la calidad de sus investigadores y profesores, así como por la calidad de su enseñanza y la producción de resultados de investigación innovadores.
§ Instituciones que tienen la capacidad de atraer a los estudiantes de mejores rendimientos y convertirlos en graduados de excelencia altamente demandados por el mercado laboral.
§ Instituciones que cuentan con instalaciones bien equipadas para la docencia e investigación.
§ Instituciones orientadas al fomento de la ciencia y la tecnología que contribuyen al desarrollo de un ecosistema de innovación a través de patentes y licencias.
§ Instituciones que realizan grandes contribuciones al desarrollo económico y social.
§ Instituciones con una base financiera sólida que además de los fondos públicos son capaces de atraer fondos significativos del sector privado.
§ Instituciones que potencian el emprendedurismo de base tecnológica entre sus profesores, investigadores y estudiantes y son la génesis de nuevas empresas en los sectores clave de la economía.
§ Instituciones que articulan vínculos sólidos y sostenibles de cooperación con las empresas.
§ Instituciones que por su prestigio internacional resultan lo suficientemente atractivas como para atraer a un número significativo de profesores, investigadores y estudiantes extranjeros.
§ Instituciones que están en condiciones de liderar y participar activamente en programas y proyectos de cooperación internacional, especialmente aquellos que se focalizan en la cooperación científica y tecnológica.
La creación de una red de centros universitarios de excelencia en ciencia y tecnología que responda a las características anteriormente mencionadas permitiría no sólo concentrar talento y recursos sino también el desarrollo de programas de formación especializada con una visión y alcance regional que respondan a las demandas de personal calificado de los principales sectores productivos de la región, especialmente de las PYMES que son las que más ven afectada su actividad empresarial por falta de recursos humanos de alta calificación. Igualmente, facilitaría el desarrollo de proyectos regionales de I+D+i en estrecha colaboración con el tejido empresarial poniendo a disposición de los sectores productivos la excelencia de la investigación y el conocimiento generado por estos centros, especialmente en aquellos entornos empresariales que mejor pudiesen rentabilizarlo, como es el caso de la creciente comunidad de clusters que comienza a ramificarse por varios lugares de la geografía latinoamericana y que sin dudas constituyen entornos propicios para el fomento de la innovación.
No menos importante, a la hora de apostar por una red universitaria de excelencia en ciencia y tecnología podría ser que estos centros se convirtiesen en la base institucional de programas regionales/internacionales de movilidad postgraduada en investigación o de cooperación científica de alto nivel como los que describí en mi entrada anterior sobre la próxima cumbre ALCUE en Chile.
No me aventuro a sugerir universidades, hacerlo podría resultar en extremo polémico y eso desvirtuaría la esencia de esta reflexión. En cualquier caso, si se analiza el panorama universitario latinoamericano se identifica rápidamente un selecto grupo de instituciones de educación superior que por su dimensión, prestigio internacional y potencial científico y tecnológico estarían llamadas a liderar este proceso de transformación en el ámbito regional y que podrían ser la columna vertebral de una iniciativa de estas características.
La cuestión fundamental es que América Latina necesita una transformación radical de su sistema de educación superior para que este responda a las necesidades de crecimiento regional y desarrollo social y la pregunta que debemos formularnos es si los gobiernos y la sociedad latinoamericana están dispuestos a gestionar el cambio o dejarán pasar la mejor de las oportunidades que han tenido hasta ahora de construir una Latinoamérica económicamente más sólida y socialmente más equitativa.
No menos importante, a la hora de apostar por una red universitaria de excelencia en ciencia y tecnología podría ser que estos centros se convirtiesen en la base institucional de programas regionales/internacionales de movilidad postgraduada en investigación o de cooperación científica de alto nivel como los que describí en mi entrada anterior sobre la próxima cumbre ALCUE en Chile.
No me aventuro a sugerir universidades, hacerlo podría resultar en extremo polémico y eso desvirtuaría la esencia de esta reflexión. En cualquier caso, si se analiza el panorama universitario latinoamericano se identifica rápidamente un selecto grupo de instituciones de educación superior que por su dimensión, prestigio internacional y potencial científico y tecnológico estarían llamadas a liderar este proceso de transformación en el ámbito regional y que podrían ser la columna vertebral de una iniciativa de estas características.
La cuestión fundamental es que América Latina necesita una transformación radical de su sistema de educación superior para que este responda a las necesidades de crecimiento regional y desarrollo social y la pregunta que debemos formularnos es si los gobiernos y la sociedad latinoamericana están dispuestos a gestionar el cambio o dejarán pasar la mejor de las oportunidades que han tenido hasta ahora de construir una Latinoamérica económicamente más sólida y socialmente más equitativa.